10 días es el valor de la palabra
- Carlos Núñez
- 3 jul 2023
- 4 Min. de lectura
Extremadura tendrá un gobierno de coalición PP-Vox tras un sorprendente cambio radical de opinión de la líder popular
"Yo no puedo dejar entrar en gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes y a quienes despliegan una lona y tiran a una papelera la bandera LGTBI". Así de rotunda se mostraba María Guardiola, candidata del PP a la Junta de Extremadura, tras ver cómo el PSOE se hacía con la presidencia de la mesa de la Asamblea de Extremadura tras no apoyar Vox al candidato popular. Aplaudida y criticada a la par por esas rotundas palabras, lo cierto es que la dirigente no ha tardado mucho en dar su brazo a torcer.

Durante toda la campaña, la política cacereña se mostraba rotunda en sus líneas rojas: aborto, derechos LGTBI y violencia de género no serían en ningún caso parte de la negociación para formar un hipotético gobierno liderado por ella. No tenía dudas de que en eso no cabía debate alguno. Respecto a la inclusión de Vox, formación con principios bastante diferentes a los que la popular parecía defender en campaña, se mostraba más dubitativa y, siguiendo la estrategia de su partido en el resto de territorios, optaba por defender que luchaba por un gobierno del PP en solitario. Las encuestas no apuntaban en ningún caso a que ese escenario pudiera darse, pero ella, al menos de cara al público, no hacía cálculos respecto a otros escenarios.
Tras las elecciones, que trajeron la sorpresa de una suma de PP y Vox en Extremadura que prácticamente ninguna encuesta daba como posible, Guardiola salió a celebrar la victoria en las urnas aun sabiendo que esta solo era realidad sumando sus diputados (28) a los de Vox (5), que daban como resultado los 33 que marcan la mayoría absoluta en la cámara extremeña. El paso de las semanas demostró que esa celebración fue un tanto prematura, aunque los acontecimientos de esta semana han clarificado que quizás no tanto.

Nadie, ni votantes ni ajenos, manejaba otro escenario que hiciese a Guardiola presidenta que no pasase por pactar con Vox, al igual que los votantes del PSOE habían asumido que la revalidación de la presidencia de Fernández Vara pasaba por incluir a Irene de Miguel, candidata de Unidas por Extremadura, en el ejecutivo. Las elecciones extremeñas, como en muchos otros territorios de España, se jugaban en clave de coaliciones, pero ninguno de los dos candidatos de los partidos mayoritarios quisieron reconocerlo en público. Pese a esta evidencia, numérica y notoria, María Guardiola decidió afirmar, con rotundidad y reiteradamente, que en ningún caso incluiría a Vox en su ejecutivo.
Hay quien dice que lo hizo fruto del enfado, incluso ella misma ha justificado la rotundidad de sus palabras con una supuesta frustración al ver que perdía la votación de la Mesa de la Asamblea pese a sumar la derecha más escaños que la izquierda; y aunque quizás las acusaciones que lanzó sobre la formación verde tenían algo de esa rabia, lo cierto es que no fueron ni una, ni dos, ni tres las veces que María Guardiola, en diferentes días, espacios y medios, afirmó que nunca gobernaría con Vox. La garantía que daba de ello: su palabra, que defendió como su único patrimonio. Subió la apuesta: estaba dispuesta a llegar a repetir las elecciones con tal de cumplir su palabra.
Las redes se llenaron a la par de mensajes de incredulidad y de apoyo. Incluso aquellos que ni la votaron ni probablemente la voten nunca aplaudieron su decisión, felicitándola por ser una auténtica rara avis en la política: una persona que mantiene su palabra aun cuando no mantenerla le traería mayores beneficios.

Pero los días pasaron, las voces de su partido que pedían que hubiese una negociación crecían, y la presión recaía sobre Guardiola, que se había conformado como el único escollo para que PP y Vox pudiesen gobernar Extremadura. Ninguna voz del partido apoyaba específicamente las palabras de la líder extremeña, pero eran bastantes las que pedían que volviese la "cordura" y se retomara la negociación. Nunca sabremos las presiones internas a las que fue sometida, ni si planeó sobre ella la sombra de la dimisión o de la destitución por parte de la dirección nacional de su partido; pero lo cierto es que bastaron 10 días para que María Guardiola pasase de calificar a Vox como un partido que niega la violencia machista y deshumaniza a los inmigrantes a posar firmando un acuerdo de coalición con ellos.
"Mi palabra vale menos que el futuro de los extremeños". Es la justificación que pudo encontrar en una abarrotada rueda de prensa. Su cara, sin embargo, era el reflejo de alguien que sabe que ha faltado a su palabra, que ha decepcionado a mucha gente que confío en ella y que por tanto, como ella misma dijo, se ha quedado sin patrimonio. Un mal comienzo para alguien que decía aspirar a un tiempo nuevo para su tierra, incluso sin haber empezado aún a presidirla.
Normalizar la mentira es peligroso, en política aún más. Abrir la puerta a que pueda justificarse mentir a los ciudadanos por un supuesto interés superior supone aceptar que se puede mentir siempre que se justifique. ¿Cómo no va a entenderse que haya cada vez más gente descontenta por la política si cada vez que aparece un proyecto mínimamente ilusionante se acaba recurriendo a las prácticas de siempre? La palabra es lo único, junto con el voto, que tienen los ciudadanos para controlar a los políticos; si queda esto sin valor, habremos aceptado que los políticos no tienen mayor compromiso con nosotros que respetar los resultados de las votaciones. Nada de lo que prometan y a lo que se comprometan tendrá valor ni será reprochable siempre que respeten la aritmética parlamentaria. Nos quedaremos, en suma, con una clase política que ni dice lo que hace ni hace lo que dice.
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