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Del dicho al hecho (2025)

Sobre el sometimiento a las pantallas y la fugacidad del tiempo


Procrastinar nunca fue tan sencillo. En tanto se tenga acceso a cualquier red social, el aburrimiento está solucionado. El estrés encuentra una ventana en la que disiparse y las horas un lugar donde reposar tranquilas. Fuera de la realidad, el cerebro juega a las cosquillas con la dopamina mientras la persona, satisfecha de felicidad instantánea, da por concluido un día más en el que apenas invirtió tiempo en hacer, y mucho en decir que haría. Es un problema tan aceptado que detenerse a pensarlo resulta incómodo.


Fotograma de la película Vértigo. Fuente: Vértigo
Fotograma de la película Vértigo. Fuente: Vértigo

Una adicción más


El germen del falso bienestar que aporta el consumo de un contenido rápido y superficial afecta a una sociedad enferma que sueña con una eficiencia y creatividad perdidas. Es frustración y es indiferencia. En el cerebro, la dopamina activa el llamado sistema recompensa, haciendo que cada vez se perciba como más placentera la sensación de abstracción que aporta este contenido. Cuanto mayor es la exposición a la experiencia que genera placer, mayor es la solidez de las conexiones dopaminérgicas y, por tanto, aumenta la probabilidad de que la persona repita la acción. Así se forja una adicción. “Solo unos minutos más, solo un vídeo más”. Es un bucle que no termina si uno no quiere. Es un viaje circular tan cómodo que finalizarlo da vértigo. Mejor permanecer en suspensión.


La crisis del aburrimiento


Aburrirse es necesario. Del aburrimiento en la infancia se alzaron castillos, se crearon las más épicas historias y sobre el papel quedaron figuras que solo entonces se pudieron imaginar. Hoy aburrirse es complicado. A la cabeza le cuesta encontrar el silencio sobre el que crear. El mínimo signo de aburrimiento incomoda y se soluciona con un simple botón de encendido y un reconocimiento facial. ¿Dónde quedó fijarse en los zapatos de la gente? ¿Cuántas conversaciones con padres y hermanos se están perdiendo? Del no tener nada que hacer surgen muchas ideas, se retoman antiguas aficiones, se decide dejar de posponer aquello con lo que uno se comprometió. Procrastinar es mucho más sencillo con una pantalla entre las manos.


Mirando al techo, el cerebro puede respirar para ordenar ideas o tareas pendientes. Ahora, si entre la mirada y el techo se cuela una pantalla con diez estímulos distintos por minuto, aburrimiento solucionado para la próxima hora y media y ni ideas ni tareas. A disfrutar de un show de imágenes que al día siguiente se olvidarán. Si hay suerte, la persona encontrará una receta interesante o un plan con amigos que jamás sacará de la carpeta de ‘guardados’. Es ahí donde parece construirse una vida ideal que jamás se pone en práctica.


Del dicho al hecho siempre ha habido un trecho, pero ahora más, ahora hay un abismo. Ahora el ‘hacer’ es casi intangible. El individuo es esclavo de una red que le mantiene atrapado y le impide moldear con claridad sus pensamientos y tomar posesión de sus acciones. Es testigo de las mismas imágenes y opiniones que miles de personas. Es incapaz de permanecer en silencio pensando las suyas propias.


El tiempo


Creemos que hay tiempo. Tiempo para hablar después, tiempo para intentarlo cuando nos sintamos listos. Pensamos que la persona con la que estamos renunciando a tener una conversación estará para siempre sentada a nuestro lado izquierdo en la mesa. Que gozaremos eternamente de las cualidades que nos permiten practicar o aprender una disciplina. Entretanto, el reloj sigue su marcha y se divierte con nuestra ingenuidad. Disponemos de un puñado de minutos que se nos entrega una sola vez. Cada uno es libre de usar ese tiempo como desee, pero quizá es valioso considerar pasarlo aquí, presentes.

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