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El burlador de Sevilla: acto sin potencia

La Compañía Nacional de Teatro Clásico apuesta por Xavier Alberti para revivir a uno de los personajes más “canallas” del teatro español.
Escena protagonizada por Isabel Rodes, Mikel Arostegui y Jorge Varandela. Fuente: Cinemagavia

El Teatro de la Comedia acoge del 30 de septiembre al 13 de noviembre una representación innovadora del Don Juan de Tirso de Molina. Se trata de una versión acoplada a los tiempos modernos para la que Xavier Alberti ha realizado una lectura feminista y anticapitalista de El burlador de Sevilla. Una desmitificación del Don Juan típico, donde deja de ser un descarado sinvergüenza y se convierte en enemigo del patriarcado. No hay psicópata mujeriego que valga, la cuestionable versión de Alberti presenta un protagonista revolucionario, burlador de los hombres y de la clase social.

Se abre el telón y en el centro del escenario destaca una enorme plataforma rectangular cubierta por una tela. Sobre ella, Don Juan e Isabel movidos por la pasión; una actuación correcta que logra transmitir la impotencia que invade a Isabel cuando descubre su error. Detrás del prisma blanco, un piano y un coro formado por el elenco aportan vehemencia a la escena. Ante este bellísimo despliegue de los elementos, todo espectador ingenuo respira, convencido de haber asistido a una representación apoteósica.

Durante dos horas el escenario se mantiene inmóvil, a excepción de la plataforma central, que se transforma según demanda la escena y gira en sincronía con el despecho, arrepentimiento, dolor o excitación del personaje que soporta. Sin embargo, la función no carece de movimiento; los compenetrados cuerpos humanos que entran y salen de escena construyen un dinamismo cargado de erotismo. Juan Gómez Cornejo, encargado de la iluminación, acierta con un entramado de luces rojas, azules, blancas y grises oscuras que chocan y acompañan la energía del texto. Destaca la bruma que ambienta el discurso de Tisbea.

Más atrevida es Marian García Millas, quien presenta al cómputo de personajes del siglo XIV ataviados con vaqueros, camisas, americanas, vestidos y faldas contemporáneos. Al igual que la escenografía, el vestuario elige lo moderno y minimalista. No hay colorido, las prendas, negras en su mayoría; confían la magia de El burlador de Sevilla en su texto. Es más, la simplicidad de los ropajes focaliza la atención del espectador en los gestos, las expresiones, las miradas y el movimiento físico de los actores. Un resultado eficaz que dota de intimidad a la representación.

Xavier Alberti escoge a Miguel Arostegui Tolivar para interpretar a Don Juan. Un protagonista viril cuyos actos causan estragos haya por donde pisa. Como burlador de mujeres y asesino de Don Gonzalo Ulloa carece de moral y la violencia que ejerce sobre el cuerpo femenino no es menos problemática. Sin embargo, Alberti se despreocupa del mito y otorga razones revolucionarias a los desvirgamientos. La ejecución de Arostegui no es impecable, pero si alcanza la serenidad que requiere un Don Juan sin donjuanismo.

De las mil lecturas que se pueden llevar a cabo de la pragmática de un texto, sorprende que en el héroe de los caraduras tenga cabida semejante desubicación hacia el feminismo. Sobre todo, cuando el texto original, al que se promete lealtad, fue escrito en el Siglo de Oro; periodo en el que la honra primó ante toda virtud. Y costumbre del burlador es despojar a mujeres de su preciada honra.

De primera categoría es la actuación de Isabel Rodes. Su interpretación de Tisbea, una pobre pescadora, emana sexualidad y pasión que seducen a Don Juan y calan en la audiencia. No es inferior el ejercicio del elenco femenino restante. En el momento en el que Cristina Arias, Alba Enríquez y Lara Grube pisan el escenario, florece ardor en la escena.

La música de canto y piano, liderada por Antonio Comas, consigue enriquecer la acción decaída desde la potencia audiovisual del comienzo, digno de una ópera. Arturo Querejeta, rígido y sólido, pero poco convincente, realiza dos papeles: padre y tío de Don Juan. Con David Soto Giganto el humor rompe con la seriedad de la producción, destaca la cómica actuación de Catalinón en el banquete con Don Juan y Don Gonzalo. El segundo es interpretado por Rafa Castejón, cuya presencia en el escenario es difícil apreciar hasta bien entrado el segundo acto. Eso sí, de no ser por él, el final aparentemente impactante, carecería de impacto y expresión.

El esteticismo de la escenografía, el sonido, la iluminación y el vestuario crea un espacio demasiado frío para el sentimiento que corre por la trama de Tirso de Molina. La calidez que cabe esperar del elenco a duras penas se transmite en ciertas partes de la obra. Cada elemento teatral, por separado, goza de una intensidad inigualable a la altura de los miembros del equipo. En conjunto, falta de la potencia para alcanzar la sinergia demanda por la trama que ha traspasado las fronteras españolas y ha alcanzado un puesto de honor en la literatura universal. El burlador de Sevilla es un mito y el ser un Don Juan una frase hecha, deshacer la tragedia es una opción válida; no obstante, debe de llevar de la mano claridad y emoción, o cada espectador realizará su lectura.



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