El respeto por la autoridad y el fin de una presunción
- Miguel Fernández-Baillo Santos
- 16 ene 2024
- 5 Min. de lectura
Aprovechando el 200 aniversario del Cuerpo Nacional de Policía, analizamos si realmente se ha resquebrajado el principio de autoridad y cómo ha cambiado la percepción del cuerpo entre los ciudadanos

La palabra autoridad tiene su origen en el latín autorictas, derivada a su vez de auctor, que proviene del verbo augere. Esto, a fin de cuentas, explicaría el sentido del término que, se considera, hace referencia a la acción de crear, aumentar, guiar o magnificar; de tal forma, que sería autoridad aquel o aquellos que desempeñan la función de llevar al pueblo por el camino del bien común, algo así como el buen pastor que enseña el sendero correcto a su rebaño.
Desde Roma hasta nuestros tiempos el concepto ha experimentado ciertos cambios y hoy la autoridad es entendida como aquella posición de la que goza una institución o persona por el mero hecho de existir como tal u ocupar un estatus concreto en la sociedad. Es su condición la que precisamente le permite disfrutar de tal superioridad con respecto del resto. Se presupone que la autoridad denota un cierto respeto y obediencia hacia quien la ostenta, presumiendo que este se encuentra legitimado para ello porque así lo aceptan sus semejantes sin cuestionarlo.
Son muchos los ejemplos de autoridad que podemos citar, pero el más inmediato quizás sea el de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Cuando hablamos de la policía debemos necesariamente mencionar lo que se suele llamar el principio de autoridad, que no es más que lo explicado anteriormente: se presupone que la policía parte de una situación de poder con respecto a los ciudadanos que no es cuestionable por el mero hecho de ser, precisamente, policías. El principio magister dixit resume a la perfección el sentido de la autoridad que se desprende de los agentes.

No obstante, en los últimos años se ha extendido una denuncia dentro del colectivo policial, una queja generalizada o malestar público por parte de distintos sectores que claman al cielo ante un supuesto desmantelamiento y desgaste del principio de autoridad por el que están protegidos. Ha desaparecido la consideración por la autoridad y "ya no se nos respeta como policías", esgrimen los agentes con enfado. Ante estas pataletas, alguien curioso e impertinente podría plantearse si realmente es cierto esto que dicen los caballeros con placa. Así pues, y aprovechando que este año el cuerpo celebra su 200 aniversario, nos preguntamos:
¿Se está perdiendo el respeto por la policía en nuestro país?
Samuel Vázquez es un mediático policía nacional conocido en redes por su activismo en defensa de un nuevo modelo policial adaptado a nuestros tiempos. Además de presidir la asociación “Una Policía para el Siglo XXI”, ha dado un salto de popularidad por sus denuncias en contra de la impunidad de ciertos delincuentes en nuestro país y por su participación en diversos programas o podcast de renombre, lo que le ha permitido llegar a muchos oyentes, especialmente a los jóvenes.
Recientemente, en uno de estos populares podcasts – no recuerdo ahora el nombre – el agente Vázquez manifestaba su descontento ante esta supuesta pérdida del respeto por la autoridad. Él mismo decía que “en España en los años 80 cuando un policía aparecía en una pelea 9 de cada 10 veces se resolvía sólo con la presencia (…) porque había autoridad y respeto a la autoridad”. De esta afirmación se entienden dos cosas. La primera es que ahora mismo, según Samuel Vázquez, no hay respeto por la autoridad. En segundo lugar, viene a decir que este respeto sí ha existido tiempo atrás en España en algún momento allá por los años 80 pero que, ahora, por algún motivo, tal consideración se ha perdido.

Cabe preguntarnos entonces, ¿por qué se ha perdido ese respeto?, ¿por qué ya no se presume tal principio? Si acudimos a cualquier agente de policía para hacerle esa consulta lo que posiblemente nos diga es que se debe a una serie de factores sociales, tales como la educación de los jóvenes; o a realidades políticas relacionadas con una legislación deficiente que no protege a los agentes y, en definitiva, los hace más vulnerables y les dificulta su trabajo. ¿Es esto realmente así o, por el contrario, el análisis requiere de una reflexión algo más profunda?
Quizás, la mentalidad de antaño del ciudadano medio para con la policía y los agentes difiere mucho de la actual, no seré yo quien lo niegue. También puede ser – solo planteo la posibilidad – que esa autoridad perdida de la que hablan haya desaparecido por causas imputables a la propia policía o, ¿acaso es culpa únicamente de los ciudadanos?, ¿es que nos hemos vuelto todos peligrosos anarquistas dispuestos a combatir el monopolio del ejercicio de la fuerza por parte del estado y sus instituciones armadas?, ¿por qué – según la policía – muchos jóvenes y no tan jóvenes han dejado de respetar su autoridad?
Responder a esta cuestión con un par de líneas mal hiladas parece imposible. Lo que sí puede decirse es que la autoridad hay que ganársela y que igual que se pudo disfrutar de ella merecidamente en un pasado realizando actos y gestos heroicos – como puede ser la lucha antiterrorista – también se puede perder en un presente. Si alguien quiere gozar de una presunción de autoridad, esta debe ir más allá de la placa y extenderse sobre la ejemplaridad en su comportamiento. La rectitud y el buen hacer es también algo que se tiene que presumir en los policías y sin ello no se puede pretender que se respete nada porque así venga establecido – magister dixit – ni que el resto acate. La autoridad es un privilegio, no una condición inherente y como tal, debe ser honrada y puesta en valor.

Entonces, ¿por qué ya no hay respeto por los agentes? Pues tal vez, para comprenderlo, haya que preguntar a los jóvenes cómo han sido sus experiencias al tener que tratar con la policía, analizar esas actuaciones y reconducir la premisa de la siguiente manera: no se ha perdido el respeto a la autoridad, simplemente se ha dejado de ver a los policías como garantes de nuestra seguridad y se ha comenzado a concebirles como apéndices de las instituciones, como administrativos que pueden sancionarte en cualquier momento. No es que no se respete a la autoridad, es que se desconfía de ella.
Estoy de acuerdo con Samuel Vázquez en que hay que replantearse el modelo policial y adaptarlo al nuevo siglo, especialmente con el concepto que se tiene del cuerpo, más propio de esos años 80 en los que un policía vestía el uniforme porque era ese su sueño desde pequeño: servir y proteger a los ciudadanos. La realidad es que seguimos pensando que los policías tienen una magnánima vocación de servicio siempre y en todo caso. Habrá agentes que tengan esa vocación, pero otros – a mi parecer, la mayoría – ven en el cuerpo nacional de policía una salida laboral más que, como puesto público, puede brindarles un mínimo de estabilidad.
El problema real es que quien ejerce la autoridad no puede alejarse del augere que mencionábamos al comienzo del artículo, no le está permitido obviar su deber de guiar y hacer crecer al resto. Y esa vocación de servir al pueblo que antes se le presumía a todo policía y que tanto se suele repetir ha empezado a resquebrajarse, pues ya no se sirve al ciudadano, se sirve al Estado. Este pensamiento que comienza a ganar popularidad y "pone en peligro" el respeto a la autoridad no es fruto del azar, viene motivado y no son precisamente responsables los jóvenes. La vocación de servicio público no se presume, se demuestra.
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