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Feijóo y el dolce far niente

El arte de no hacer nada como estrategia política hasta las elecciones generales

Alberto Nuñez Feijóo señalando su reloj en una intervención en el Senado. Fuente EFE

Si todo marcha como se espera, en menos de un año se celebrarán las próximas elecciones generales y, en unos meses, el resto de los festivales democráticos de nuestro país. Independientemente de las encuestas que uno consulte, parece rebelarse una realidad evidente: la notable subida de votos del Partido Popular permitirá a los de Génova pelear La Moncloa con el primer eslabón del actual gobierno, el PSOE. Desde que Feijóo apareció en escena para convertirse en presidente del PP, su partido ha recuperado en escaso tiempo las sensaciones perdidas tras la guerra interna entre Casado y Ayuso, situándose de este modo como la principal alternativa al gobierno de coalición. A no ser que ocurra un giro inesperado —en política todo puede pasar— Feijóo tendrá opciones muy considerables de convertirse en el nuevo presidente del gobierno, aun habiendo dado el salto a la política nacional cuando su partido se encontraba en una situación prácticamente fúnebre.


Precisamente por entender el contexto bélico que se vivía en Génova 13, el expresidente de la Xunta ha sido capaz de corregir el rumbo tras la debacle bochornosa que aquel conflicto supuso. Feijóo, discreto y ­—nunca mejor dicho— gallego en el sentido amplio de la palabra, quizás entendió mejor que nadie eso que los italianos llaman el «dolce far niente» o, lo que es lo mismo, ese extraño arte que implica el disfrute por el derroche del tiempo vacío, el placer por la ociosidad y la alegría en el poso. Ese ha sido el arma por excelencia del candidato popular hasta ahora y seguirá siéndolo hasta las elecciones de mayo. ¿El motivo? Evidente. Feijóo, a diferencia de su predecesor, ha comprendido que sus opciones para dormir en La Moncloa pasan directamente por no equivocarse estrepitosamente, por no ocupar portadas durante días fruto de meteduras de pata frente a la prensa y, ciertamente, por pasar de algún modo desapercibido hasta que el español medio sea llamado a votar.


La estrategia en sí marcha viento en popa. La última evidencia ha sido la decisión de retrasar la postura del partido acerca de la gestación subrogada hasta después de las elecciones, evitando así polémicas innecesarias porque, no lo olvidéis, el "nuevo PP" ruega por la “moderación”. Cuanto menos ruido haga, cuanto menos lapsus tenga y más alejado esté de cualquier tipo de polémica, más credibilidad tendrá la imagen que vende como político gobernado por la calma. Sin negar la mayor, después de presentarse por activa y por pasiva como un moderado y sosegado conservador, liberal a la par que reformista, progresista —esto no mucho, no vaya a ser— y europeísta, lo mejor que puede hacer el presidente del Partido Popular es no verse envuelto en esa batalla dialéctica que acontece en el légamo ideológico al que cada vez más acostumbran nuestros representantes. Parece ilógico que un candidato a la presidencia siga como línea estratégica casi irrenunciable el pasar desapercibido.


No obstante, el «dolce far niente» aplicado a la política ya se ha visto antes. Allá por los gobiernos de Aznar y Rajoy, reinaba una estrategia entre los populares bautizada posteriormente como «arriolismo» en honor a Pedro Arriola, asesor de ambos expresidentes. Bajo su tutela, el Partido Popular cosechó dos mayorías absolutas que permitieron a Aznar y a Rajoy gobernar. El «arriolismo» se sustenta sobre un principio central básico, la inequívoca idea de que las elecciones no las gana uno mismo, sino que las pierde el rival. Aguardar con cautela, esperar en la trinchera sin armar mucha bulla a que tu contrincante se equivoque y comentar pudorosamente el fallo ante una ciudadanía —comentar y no vocear— que, poco a poco y animada por la serenidad transmitida, empieza a tomar conciencia de ello y a ser partícipe de la estrategia mientras se aleja inconscientemente de la trifulca improductiva que a todos nos tiene hastiados.


Jose María Aznar (derecho) junto a Pedro Arriola (derecha), su asesor en aquel momento. Fuente: JOSE R. PLATON VIA GETTY IMAGES

Feijóo no es un novato precisamente porque su estrategia política dista mucho de ser novedosa. Parece que desde Génova alguien ha echado mano al álbum de los recuerdos y se ha puesto a mirar las fotos desde el balcón de la sede nacional tras las victorias electorales, proponiéndose así recuperar el «arriolismo» que tan buenos resultados ha dado en un pasado ahora muy presente. Es entonces cuando debemos preguntarnos, ¿será Feijóo capaz de mojarse cuando gane las elecciones? ¿Podrá seguir evitando las polémicas cotidianas del mundo político o se verá obligado a formar parte activa de ellas? De momento, él tiene claro que para convertirse en el próximo presidente del gobierno las cosas deben marchar mal para el país, porque de esa manera y como decía su predecesor, «cuanto peor para todos mejor, mejor para mí en suyo beneficio político».

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