La revolución de las iraníes: el feminismo islámico más actual
- Jimena Leis Abril
- 14 oct 2022
- 4 Min. de lectura
Las protestas por la muerte de Mahsa Amini han vuelto a situar el feminismo islámico y sus reivindicaciones en primer plano. ¿Puede ser esta la revolución definitiva que logre la emancipación de las mujeres en Irán?
El día 14 del pasado mes, Mahsa Amini fue arrestada por la Policía Moral del Gobierno iraní bajo el pretexto de no llevar correctamente su hiyab. Le retuvieron en un cuartel para, supuestamente, darle una “orientación islámica”. Allí recibió golpes en el cuerpo y en la cabeza, entró en coma y tuvo que ser trasladada al hospital, donde falleció días más tarde.
Después de la muerte de esta mujer, comenzaron diversas y multitudinarias protestas en diferentes ciudades del país (especialmente en Saqqez, su ciudad natal). La ola revolucionaria pronto llegó a la capital, Teherán, y las manifestaciones fueron duramente reprimidas por las fuerzas especiales del cuerpo policial.

En los días sucesivos, al grito de “Irán será libre” o “La Patrulla de Guía es una asesina”, varias mujeres se quitaron y quemaron sus velos como respuesta a las leyes sobre el uso obligatorio del hiyab y los duros ataques de las fuerzas de contrainsurgencia. Mientras las protestas continuaban aumentando en número e intensidad, lo hacían también paralelamente las medidas de represión y control por parte del Estado.
Cabe destacar que, si bien las protestas han tenido un sonado alcance internacional –llegando incluso a realizarse protestas solidarias en otros países–, el número de muertos y heridos durante estas semanas ronda ya los 185 y 700, respectivamente.
Lo que comenzó siendo un acto de protesta ante la muerte de una mujer a manos de la Policía iraní ha escalado a un conflicto mucho mayor: los cánticos piden ahora “la muerte de la República Islámica”; la población se está levantando en pos de un cambio de régimen. ¿Significa esto que la conocida normalidad en Irán no regresará cuando las masas se tranquilicen?
Irán es una república islámica cuyos principios constitucionales están, según sus preceptos, inspirados por Dios. Se trata, pues, de una teocracia cuya máxima autoridad política y religiosa es el Líder Supremo, que controla el Parlamento, la Presidencia, el Poder Judicial, el Ejército, los servicios de inteligencia y los medios de comunicación. Desde hace más de treinta años, este cargo es ocupado por el ayatolá Ali Khamenei.
Como Líder, Ali Khamenei aplica el fundamentalismo islámico como base de todo el sistema iraní. Esto es, defiende el carácter religioso del Estado y la aplicación estricta de la Sharia (el cuerpo de derecho islámico). La libertad de conciencia o la emancipación de la mujer, por ejemplo, siguen siendo completamente ajenas a sus preocupaciones.
En cuanto a la mujer, la figura principal de los actuales sucesos en Irán, su falta de derechos es abrumadora. Según Amnistía Internacional no solo están obligadas a llevar el velo, sino que además están vetadas de determinados lugares (como los campos de fútbol), pueden ser detenidas y torturadas si no cumplen estrictamente con el código indumentario impuesto y sufren vejaciones públicas con regularidad.
Sin embargo, esto no ha sido siempre así. Antes de la Revolución Islámica, en palabras de Rana Rahimpour, presentadora iraní-británica del servicio persa de la BBC: “Irán era un país liberal: a las mujeres se les permitía vestir lo que quisieran, no había segregación de género y la gente era libre de socializar como quisiera”.
Durante la Revolución Blanca y el reinado de Mohammad Reza (1963 - 1978) se llevó a cabo una modernización del país: las mujeres lograron poder votar, se estableció una ley de la familia que aumentó la edad mínima para el matrimonio y se inició un programa de secularización.

Pero Irán era todavía una sociedad religiosa muy conservadora y finalmente la monarquía autoritaria prooccidental acabó cediendo ante una teocracia republicana, autoritaria y antioccidental. Y así se mantiene, hasta el día de hoy.
Hasta el día de hoy porque las protestas del último mes pueden marcar un antes y un después. A pesar de que hacer predicciones demasiado favorables para las mujeres puede resultar poco realista para los más escépticos, hay que tener en cuenta que hay miles de iraníes demostrando estar dispuestos a arriesgar sus vidas y su libertad para enfrentarse al gobierno. Es, cuanto menos, esperanzador.
En los países democráticos actuales la esclavitud solía ser legal. Las mujeres no votaban, no estaban garantizadas ni la libertad de expresión ni la libertad de culto. Y, antes de hacer saltar las alarmas, esto no quiere decir que haya que llevar la democracia occidental allá donde hoy no la hay (reforzando la idea del complejo de “salvador blanco”). Estamos hablando de derechos humanos universales.
Esos derechos son por los que luchan los manifestantes iraníes cada día que pasa. También fue así, mediante protestas y revoluciones, como se llegó a la democracia en los países referidos en el párrafo anterior. Gracias al feminismo de las mujeres iraníes, ha resurgido con fuerza una revolución inacabada que desafía, resiste y negocia ante los distintos niveles de discriminación que se dan en el país.

A pesar de que en Occidente predomine la idea de la incompatibilidad entre el Islam y la emancipación de la mujer, la contestataria actitud colectiva desencadenada por el asesinato de Mahsa Amini indica lo contrario. Las mujeres están buscando construir a partir del propio Islam una alternativa emancipadora al feminismo laico (o un enfoque compatible con este) y establecer reformas jurídicas e interpretaciones de la Sharia capaces de garantizar la plena ciudadanía de las mujeres.
El cambio en Irán no sucederá de la noche a la mañana, pero sucederá. En palabras de Masih Alinejad, periodista y activista iraní exiliada en Estados Unidos: “la mayor amenaza para la República Islámica son las mujeres que lideran la revolución, que se enfrentan a las armas y a las balas y quieren acabar con este régimen de apartheid de género”. Mientras tanto, desde Occidente debemos recordar que la inacción ante el sufrimiento de las mujeres iraníes no es compatible con el feminismo del que hacemos gala.
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