Libia 2011: mediando en la fractura
- Abel Gómez Arévalo
- 26 sept 2023
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 4 oct 2023
El experto Peter Bartu, y profesor en Berkeley, analiza el papel de las Naciones Unidas en la crisis de Libia en 2011
El pasado miércoles 20 de septiembre, la Universidad Carlos III pudo disfrutar de una de las figuras más relevantes en el contexto de la crisis de Libia de 2011, el profesor Peter Bartu. Este fue uno de los miembros del equipo designado por las Naciones Unidas (ONU) para negociar entre las fuerzas rebeldes emergentes, y el dictador militar Muamar el Gadafi, en el año 2010, antes de que explotaran las conocidas como Primaveras Árabes.
Asimismo, este evento fue organizado por la nueva asociación de estudiantes AUGE, quienes se definen como un grupo de amigos que, tras diversas experiencias internacionales, han decidido hacer de la geopolítica un tema de debate e interés estudiantil. Esta charla se engloba en sus actividades denominadas “externals”, en las que traerán a diversos expertos para hablar de temas concretos, mientras que en las “internals”, son los propios miembros de la asociación quienes presentan un tema al resto, con el propósito de generar un debate del que todos se puedan nutrir.

Antes de nada, se debe dar un contexto adecuado para poder sacar el máximo partido a las reflexiones brindadas por el profesor Bartu. Por ello, lo primero es remontarnos al inicio de todo, la independencia de Libia en el año 1951. Después de las diferentes declaraciones promulgadas por las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial, se aprobó el derecho de todo país colonizado a la determinación de una soberanía y gobierno independiente, lo que fue aprovechado por Libia. No obstante, este nuevo gobierno que tomó forma bajo una monarquía constitucional, fue derrocado por un golpe militar en 1969, en el que Muamar el Gadafi iniciaría su mandato autoritario.
El gobierno de Gadafi resultaría en un régimen socialista, en el que siguiendo los precepto característicos, nacionalizó industrias y llevó a cabo reformas agrarias. No obstante, hay que tener en cuenta ciertos factores de transcendecia social. Bajo el régimen de Gadafi, Libia se convirtió en el país más próspero de todo África debido a su alta alfabetización, PIB (Producto Interior Bruto) per cápita, alto Índice de Desarrollo Humano e, incluso, reformas que favorecieron directamente la igualdad de género.
A pesar de ello, y tras cuarenta años en el poder, Gadafi empezó a mostrar síntomas de deterioro, a los que se les añadiría las sanciones de la comunidad internacional por su implicación en acciones terroristas y participación en la guerra civil de Chad. Además, durante esos años (2010-2012), se produjeron protestas populares masivas en pos de la democracia, la libertad y los derechos sociales por todo el norte de África y la Península Pérsica. Esta se originó en la vecina Túnez, y no tardaría en llegar a Libia por el este, donde numeros grupos de rebeldes se empezaron a organizar en comités locales.
En resumen, en el año 2010, Libia se encontraba con su líder deteriorado, además de presionado por la comunidad internacional, que amenazaba a su propio pueblo, y rebeldes en el este en defensa de la libertad de Libia. Todos estos factores hacían de Libia un territorio en el que, en palabras de Bartu, "nadie sabía lo que iba a pasar".

Es en este contexto en el que las Naciones Unidas enviarían a un equipo de negociación, del que Bartu formó parte, para encontrar una solución beneficiosa para todos los actores implicados. Según el profesor, las dos partes, rebeldes y Gadafi, se encontraban en una situación estancada, en el que ninguno daría su brazo a torcer. Por ese motivo, el objetivo de la misión era el de legitimar a los rebeldes y atender a sus demandas, mientras que, por otro lado, otro equipo negociaba con el dictador posibles alternativas gubernamentales en las que este diese un paso atrás.
Sin embargo, se daba una situación verdaderamente compleja porque, ¿cómo se podría siquiera mediar con Gadafi? El profesor Bartu destaca que el líder no se veía como el gobernador de Libia, sino que, tras cuarenta años en el poder, él era Libia y, por tanto, él no creía que su gente le quisiera deponer, sino que se tendría que tratar de una conspiración de agentes externos. Debido a la dificultad que presentaba la opción de convencer a Gadafi de un gobierno alternativo que protegiese a su gente y a los rebeldes, eran muchos los que se planteaban si la mejor opción era potenciar el armamento de los rebeldes y que fuesen ellos los que acabasen con su propio líder.
Ahora bien, lo que nadie pudo prever es que el fenómeno descrito de las Primaveras Árabes calara tanto en el pueblo libio y que, en agosto de 2011 y tras meses de guerra entre los rebeldes, apoyados sobre todo por Francia y el gobierno de Gadafi, este fuese vencido y linchado. Los únicos que se habían preparado para una situación así fueron Catar, Emiratos Árabes y Turquía, quienes tomaron el protagonismo en el periodo de transición ante el paso atrás de la Unión Europea. Ante esta situación, ningún actor implicado sabía muy bien cuál era la mejor opción para Libia ya que, según el profesor Bartu, "es como si colapsara Corea del Norte, nadie sabría qué hacer después de un estado dictatorial tan prolongado y fuerte".
Después estos sucesos, se llevó a cabo un proceso de transición en el que las Naciones Unidas fueron guiando al pueblo libio con el fin de constituir un Estado libre. A pesar de ello, y después de catorce meses de cooperación, los sublevados y ahora pueblo libre no soportaban ni aceptaban las medidas de transición jurídica por las cuales la gente que fue leal a Gadafi no eran castigados e incluso eran perdonados. Cabe destacar que esta es una medida característica de las transiciones democráticas tras periodos autoritarios, pero el pueblo libio tenía sed de venganza y los asesinatos afloraron, expandiéndose por todo el territorio.

Actualmente, y tras otra guerra civil en 2014, Libia protagoniza una nueva crisis a nivel político. El territorio está dividido y hay prácticamente dos gobiernos paralelos: uno designado por el Parlamento en Trípoli y liderado por Fathi Bashagha; el otro, respaldado por la ONU y liderado por el primer ministro Abdelamid Dabieba. A la crisis política se le añade la presencia militar extranjera (como los mercenarios del Grupo Wagner y militares turcos), la lucha contra el terrorismo, la seguridad ciudadana y la protección de las fronteras, lo que nos indica que la intervención de las Naciones Unidas en 2010 no fue suficiente como para establecer un orden en el territorio.
Asimismo, Libia supone el ejemplo perfecto de país afectado por las Primaveras Árabes que, en la opinión del profesor Bartu, "están lejos de terminar y que, dentro de poco, asistiremos al tercer acto". Esta afirmación se ve apoyada por los diversos movimientos de protesta que empiezan a aparecer en aquellos países donde se creía que el control sobre la población era tal, que nunca se darían, como es el caso de la lucha de las mujeres en Irán.
Por último, también surge el debate de si los valores democráticos y liberales de Occidente son compatibles con los países árabes del Magreb y el Golfo Pérsico o si, por el contrario, se deberían buscar otras formas de gobierno alternativas o, simplemente y como se está viendo, rendirse y comerciar con estos olvidándonos de todos las violaciones de derechos humanos cometidas en esos países. No obstante, pese a todas las dudas que puedan generar todos estos dilemas geopolíticos, lo que está claro es que el futuro de las relaciones internacionales se prevé lleno de retos apasionantes en los que el mundo como lo conocemos hoy en día llegará a su fin.
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