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Todo lo que empieza... acaba

Esta semana, en Atenea empezamos por el final
Estación Humanes de Madrid. Fuente: María Rabanal

Los atenienses hemos decido empezar la casa por el tejado. La dinámica de esta semana era sencilla: narrar una historia contando solo con el final. Os dejamos con la primera de ellas, un texto de Jaume Cortès con el final: "Y así fue como el verano llegó a su fin".



La orquesta de cigarras nos acompaña esta tarde. Una tarde de sol abrasador, de calor húmedo que te pega la ropa a la piel. Llevo pensando, más tiempo del que debería, que cómo me gustaría tenerte a ti pegado a la piel, y no esta vieja y polvorienta camiseta. Que como me gustaría que me besaras como lo hacen los rayos de sol. Me miras y sonríes en medio del dorado trigal y entonces entiendo que el arte se hizo para capturar imágenes como estas. Echas a correr en dirección al río con una carcajada juvenil que arrastra consigo los colores de la primavera. Te sigo, como lo he hecho toda la vida, embelesado por tus terrosos rizos y tu mirada que se proyecta más allá del pueblo. Mucho más allá, hacia tierras que no puedo ni soñar. “Cuando el verano acabe me iré de aquí. ¿Vendrás conmigo?”, me preguntaste, como si hubiera algún tipo de duda, como si pudiera elegir no seguirte, no mirarte. Te paras de repente y yo me caigo encima de ti y mi corazón amenaza con salir al galope. Me miras con sorpresa en la mirada, color trigo. Y luego, con una gran sonrisa, durante un instante que se alarga como un día de verano, te beso, no sé cómo ni cuándo. Y tú me besas a mi. Durante una eternidad corta como la noche de San Juan nos besamos entre la paja. Y hay amor en tus ojos, el mismo que cuando miras al horizonte. Y hay vida en mi corazón, que me apuñala repetidamente el pecho. Y de repente, no hay nada. Tus ojos encierran un profundo terror. Mi corazón alberga la quietud de la muerte. Las cigarras callan, el trigo se evapora. El río muere y un invierno llega en julio. Y así fue como el verano llegó a su fin.



Camino. Fuente: María Rabanal


El siguiente texto es de Sara Sempere, con un final que resuena casi tanto como el famoso "en un lugar de la Mancha". El corazón de las tinieblas de Conrad nos dice: "Parecía conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas".



Todos estamos hechos de partes, reconstruidos a partir de la corrupción del cuerpo. Mis manos son prestadas, mi rodilla no tardará en abandonarme, mis brazos mejorados para luchar mejor. Me pregunto cuánto tiempo me queda hasta que pierda lo único que no es reemplazable.


Gotas de sudor me caían por la frente en el momento que una nueva oleada de dolor invadía mi corazón. Pude notar cómo los últimos granos de arena se escurrían y el tiempo se agotaba. Necesitaba un corazón nuevo.


El olor a pis y gasolina impregnaba el callejón y en medio de dos contenedores encontré la puerta. Dentro, un ambiente insalubre escapó del edificio. Iba a lamentar mucho si moría ahí dentro aquella noche. Y con ese pensamiento cerré la puerta detrás de mí.


A cada piso, cada escalera, cada paso que daba bajando por aquella fortaleza, más cerca del mundo de los muertos me sentía. Aterrado, me aferré al arma de mi cinturón y me preparé para cualquier cosa. Llevaba unos cuantos minutos bajando, explorando la facilidad, cuando no tuve más remedio que aguantar la respiración. Aquel era un olor inconfundible, no podía tratarse de otra cosa. Los cadáveres, o más bien lo que quedaba de ellos, empezaron a brotar por aquí y allá como la vegetación en edificios abandonados.


Con la boca tapada seguí el camino de órganos hasta una habitación iluminada por leds del blanco más inhumano. Si el pasillo era desagradable esta habitación era el infierno. El suelo pegajoso, la sangre y el óxido luchaban entre sí para consumir las paredes, los órganos se apiñaban formando confusas masas de carne. Sólo somos partes. Y algún día, quizá aquella noche, acabaría abonando una sala como aquella.


De la puerta al final de la estancia, una enfermera tan sucia como el resto de cosas en aquel sitio salió con un tarro. Mi nuevo corazón. Me dijo que el doctor me estaba esperando al otro lado y me hizo señas para que la acompañara. Al otro lado de la puerta estaba todo oscuro, parecía conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas.


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