Votar, cosquillas para un tiranía
- Miguel Fernández-Baillo Santos
- 15 ene
- 6 Min. de lectura
La única manera en la que los venezolanos se liberaran de la dictadura de Maduro es mediante el uso de aquello que sustenta al propio tirano, la fuerza

Tras meses de espera ilusionada, de cónclaves democráticos y fiestas reivindicativas con promesas de liberación y cambio político, Venezuela vio una vez más como el tirano Nicolás Maduro juraba su cargo como presidente de la Nación y Comandante en Jefe. Sí, de nuevo, la decepción asola a un pueblo que se mostraba ilusionado como tantas otras veces. Parece que la situación política venezolana ha comenzado a formar parte del guion del «día de la marmota». Cantaban Los Nikis, aquello de «nuestros nietos se merecen que la historia se repita tantas veces». Desde luego, los venezolanos no merecen en este caso que la historia se repita ni una sola vez más, sin embargo, el país es incapaz de salir de la espiral tiránica en la que lleva demasiado tiempo inmerso.
Se dijo al pueblo venezolano que marchase a las urnas, que la única forma de derrocar a la dictadura perpetuada era votando, «¡viva la democracia!» dijeron algunos creyendo que en un sistema político estaría la solución a los males de la nación hispanoamericana. Llevamos años observando como los políticos opositores prometen una revolución, un cambio de dirección que termina siempre quedando en nada. Es evidente que la situación complica cualquier transición de poder, pero igual de evidente resulta que las recetas hasta ahora aplicadas no han surtido efecto alguno. ¿Dónde está Edmundo González? ¿Dónde está el que prometió que estaría en Venezuela el día en que Nicolás Maduro tomó posesión ilegítima de su cargo? Para sorpresa de nade, aquel señor no apareció.
Y entonces los mismos que profetizaron que en las urnas residía la salvación del pueblo venezolano, se llevan – una vez más – las manos a la cabeza cuando se dan cuenta de que… ¡oh, sorpresa! Maduro sigue en el poder. Pero, ¡cómo es posible si nos manifestamos en contra de la dictadura, la ONU mandó observadores internacionales y firmamos un manifiesto en contra de la dictadura y en favor de la democracia? ¡Ninguna dictadura perpetuada en el poder y con el apoyo militar podría resistir algo tan severo! Ironías aparte, responsabilidad evidente tienen aquí todos aquellos que llevan una infinidad de años creando falsas ilusiones a un pueblo oprimido, prometiendo con señuelos inútiles una liberación que nunca llega – ni llegará por este camino – y jugando a una equidistancia que, por ser obsesiva con la moderación, termina convirtiéndose en una patraña política más. No se derroca a un tirano votando.
De nada sirven los dictámenes de organismos supranacionales, los observadores internacionales o enviados de paz, los manifiestos y mítines con otros líderes políticos, las ruedas de prensa, las reuniones, las concentraciones sociales o las manifestaciones con globos si lo que se tiene en frente es un tirano. Venezuela jamás será libre hasta que no abandone la ilusión de deshacerse de sus cadenas depositando un voto en una urna que jamás será transparente, no al menos mientras el dictador se mantenga con vida. ¿Qué es lo que sustenta a Nicolás Maduro en el poder?, ¿los apoyos internacionales? Evidentemente, no. Al menos coincidirán conmigo en que Cuba y Nicaragua son del todo irrelevantes en el tablero geopolítico actual y allí estaban sus respectivos caudillos para dar testimonio de la nueva aberración del dictador. Lo que mantiene a Maduro en su impasible posición es el ejército venezolano, esto es, la fuerza. ¿Cuál es entonces la forma única de derrocarlo, aunque no guste en el Parlamento Europeo? La fuerza.
Que sí, que lo de votar, hacer marchas pacíficas y participar en foros políticos está muy bien, pero, ¿qué demonios ha hecho Europa para liberar a Venezuela? Nada, y no sólo porque las cosas de casa las tienen que arreglar los que habitan esa casa, sino porque mandar observadores y decir que estamos «deeply concerned» con la situación del pueblo venezolano no sirve para nada. Hablábamos de tirano y no puedo no recordar un artículo que publiqué hace algún tiempo en esta casa a propósito de este tema. Concretamente versaba sobre la salida que un pueblo debe darse frente a un tirano, una posición que evidentemente no es creación del que escribe – ni mucho menos –, sino que está sustentada por muchos y grandes intelectuales, entre los que me gusta generalmente destacar a Santo Tomás de Aquino, que vincula la alternativa a tratar para aquellos casos en los que un gobernante olvida el bien común y se centra, por el contrario, en sus intereses personales.
Como bien decíamos, los votos y las urnas no sirven para derrocar una dictadura, si bien no ocurre lo mismo con el denominado «tiranicidio». Encontramos en este término la que, a juicio del que escribe, es la solución única frente a la tiranía de Maduro, entendiendo tiranía en sentido idéntico al de los antiguos: el mayor de los crímenes. El propio Aristóteles definía este abuso como una forma de gobierno que “ejerce un poder despótico sobre la comunidad política”. Frente a ella, el tiranicidio se eleva no sólo como un instrumento de resistencia, sino como un deber ciudadano para conservar los legítimos derechos que se están viendo masacrados. Acabar con la vida del tirano puede parecer una barbaridad si lo juzgamos bajo la mentalidad del siglo XXI, pero por aquel entonces, era entendido como “la más bella de las acciones” (Cicerón).
Resulta evidente que acabar con Maduro no es la acción política más poética y pulcra en pleno siglo XXI, pero es la única posibilidad que el pueblo venezolano tiene de liberarse. Por supuesto, algunos de esos defensores acérrimos de la democracia consideraran que el tiranicidio es una cruenta y salvaje salida alejada de los cauces democráticos que toda acción política debe seguir, una concepción negativa que realmente se tiene sobre cualquier cosa que no sea cantar el Imagine de John Lennon y soltar una paloma blanca en favor de la paz en Venezuela. Posiblemente, al leer esto, estos mismos me señalaran lo equivocado de estas líneas y argumentaran que no se puede incurrir en la barbarie porque entonces esto supondría ponerse a la altura del régimen al que se quiere derrocar. Bien, pues sigan ustedes confiando entonces en esa comunidad internacional que hasta ahora no ha sido capaz más que de regalarles falsas ilusiones.
Pueden estar más o menos de acuerdo, pero la realidad es la que es: llevamos años viendo como en Venezuela pasan y pasan líderes opositores diciendo que van a derrocar a Maduro, que van a personarse en Caracas a jurar su cargo, que hay que ir masivamente a votar para poner fin a la dictadura y que por fin se acabará, entonces, el salvajismo tiránico. Si bien entiendo que llamar al tiranicidio desde la comodidad del que escribe es excesivamente fácil e incluso desconsiderado, me reitero en la defensa del mismo, pero con matices. El tiranicidio de la tiranía, no del tirano. Estoy dispuesto a rebajar un par de tonos la propuesta sin que implique una violencia real contra ninguna persona por muy tirano que sea, y digo ahora que la única posibilidad que parece plausible a día de hoy para acabar con el régimen de Nicolás Maduro es una acción militar, armada o como se quiera llamar. Un levantamiento por la fuerza, interno o externo, que permita apartar a Maduro del poder e instaurar un nuevo régimen político en Venezuela.
La única manera en la que los venezolanos se liberaran de la dictadura de Maduro es mediante el uso de aquello que sustenta al propio tirano, la fuerza. Lo demás son cuentos de hadas que quedan muy bien bajo el techo de la civilización occidental pero que no son útiles al otro lado del charco. Si bien las propuestas planteadas desde países como el nuestro para solucionar la situación de Venezuela son inútiles en toda forma por cuanto fían todo a las urnas, sí que generan un rédito político en alguna parte, aunque no sea en Venezuela. Me explico. La poca incidencia democrática que la defensa de una oposición al régimen de maduro tiene en la nación hispanoamericana, torna en sustancial cuando se reviste de una apariencia de preocupación y compromiso del que es un país vecino como España. El hecho de prometer una ayuda – nunca concretada – y complicidad a la causa opositora venezolana aun a sabiendas de que nada va a cambiar votando, reporta un beneficio electoral en nuestro país a cuenta de la población hispana.
No deja de ser relevante que esas formaciones que se yerguen como aliadas máximas de la oposición venezolana al régimen de Maduro en España sean, entre otras, las que fían todo a que el derrocamiento de la dictadura pasa por la celebración permanente de unas elecciones que nunca cambiaran el rumbo de la nación hispanoamericana. E ilusionar permanentemente a la población venezolana, prometerle la liberación deseada con sucesivos Guaidos, Leopoldos o Edmundos varios mientras se organizan foros por la democracia en Venezuela, no es responsable pero, sobre todo, no es sincero, por muchos votos que reporte. Si bien, resulta algo más valorable que callar cobardemente frente al mundo sin denunciar la tiranía de Maduro o, directamente, apoyarla y asesorarla políticamente. Y que cada uno se de aquí por aludido en lo que le corresponda.
Comments